domingo, 29 de junio de 2008

Cuando no hay nadie

Cuando la gente aún duerme, y el mar está tranquilo, los autos apagados, y el cielo enciende su llama dorada. Cuando los pájaros alegran el aire con notas emplumadas, y se asoman los gallos; se posan sobre una chimenea vieja y cantan en un intento por despertar al mundo que no escucha, que está quieto. Cuando las plantas se estiran, tocan el cielo y reviven las nubes. Se escucha la tierra limpia, desencantada, entregada a la noche. Es la cobardía del sol, que se aferra al horizonte. Cuando todo es perfecto, y la vida es sueño. Cuando falta la sombra de la luna, que humedece las mareas y anima el habla de los muertos. Cuando todo es silencio, y se entiende a las estrellas, con su brillo egoísta, sincero. Cuando un cuerpo se incorpora y se sabe ruido. Y el humano que lo sabe todo, pero no sabe nada, se levanta, y despierta, y es vida.

Dame tiempo

Bienvenida. Esta es tu casa. ¿Ves la sangre? Es de mi cuerpo. De mis manos, de mis noches de infierno. Es mi cuerpo, frágil, ausente. Derrumbado en la asfixia y en tus brazos que no me tienen. Pero aún vive, cuando se acerca tu aroma y envenena el suelo. Podrías levantarlo. Toma mi cabeza y acaricia mi cabello un rato. Hazle ese jugueteo en círculos que me dormía hasta despertar cansado. Palabras ocultas, libres en sueños. Bocas necias, apagadas en los labios, inventando pretextos, endulzando miradas. Atados a una vida simple, con sus noches y las tardes tristes, con hojas caídas, el cielo apretado, con tu mano y la mía, la calle, la gente. Siempre lo decías, sin ánimos de cariño. Dulcemente, sin sobresaltos, hasta que la ciudad enmudecía y sus secretos hablaban. Voz temblorosa en la mentira, que juraba todo, que prometía. Prometo levantarme, dejar el suelo, caminar los parques donde la gente falta, con la hierba que crece y oculta a los pájaros dormidos. Pero necesito descansar, tomar agua, comer. Dame tiempo, y verás que me levanto.

Casi amanece

Es la marea, me dije anoche. Ese ruido que atormenta, hipnotiza, mata. Es la marea la que se escucha, cómo sube, baja, regresa. Granos de arena que enmudecen el sueño. Suavizan el amor, la caricia al tacto, el ojo celoso. Es la arena y la marea, con manos de plata, mejores amigas, dueñas de todo. Espejo del mundo, estrella dormida. Es la marea la que reseca todo, se olvida todo, se pierde, se esconde la vida. Jardín de destellos y arrugas de viento. Marea de olores, de rostros hundidos, callados. Cuello del tiempo, sangre pesada. Todo el tiempo, sin tiempo se escucha. No descansa. Sube. Baja. Es la marea, que mata, que sufre y no descansa. Llueve. Se escucha el derrumbe del cielo y las gotas que faltan. Pincel de color, trazo en madrugada. Se acaba la noche, el negro, la luna. Habrá de amanecer, y la locura encontrará su refugio en las calles, el ruido de los camiones, la gente que piensa y no habla. La noche y sus locuras, que no descansa, que no perdona.

Es todo

¿Qué es esto? Alguien, por favor, dígamelo. No importa. No importa nada, de verdad nada. Aguantaría cualquier cosa; a estas alturas sólo sé que sigo vivo porque algo en mi pecho sube y baja. Se mueve. Lo siento. Te siento. Siento haberte amado. Siento tu olvido que me olvida, y mi recuerdo triste que se va quedando solo, como se quedan las bancas del parque cuando vuelan las palomas, y la gente ya no ríe, ya no canta. Y así regresan a casa, con un silencio que a la oscuridad aturde y a los vivos enamora. Así regreso cada día. Con esa frialdad que suaviza el engaño. Por eso nadie, ni siquiera yo. Ya nadie se acuerda que te quise, porque nadie lo supo. Nunca. Nadie lo supo. Qué terrible: el tiempo, las horas, las cartas, los besos. Me dueles. Todavía, mañana, por siempre. Sólo así, sólo así lo sé, cuando siento que se mueve mi sangre y mis ojos se vuelven agua. Y es todo. No quiero decir, seguir, hablar, pensar. Nada. Es todo.

Lo ignoramos

¡Qué solo me siento! Y qué triste y qué lejos de mi cuerpo me encuentro. Desde anoche me quedé flotando encima de mi cabeza. No hice nada, mas que quedarme quieto. Olvidado, libre. En medio de todo, la sombra de la soledad que me acechaba. Es la costumbre. Siempre ahí, como una fiera hambrienta, lenta, buscando mi pecho, mi insomnio. Pude ver cómo me moría, despacio y solo. Triste, triste y solo. Y a la vez con todos, entre todo, arrastrado por los ríos de gente que moldean las ciudades, y la vuelven nada.
¡Y qué miedo sentía de no poder tocarme el corazón y saber que vivía! ¿A dónde corremos? ¿A dónde vamos siempre con tanta prisa, sin fijarnos que nuestros pies no caminan? Ignoramos el vaivén de la luz atorada en un árbol viejo, o los ladridos de un perro, el pasto que duerme, la fuente que espera. Es ese algo que todos creen que no tenemos, cuando caemos en la cascada de colores que desperdicia la tarde, o nos sentamos a leer un libro y a platicar con las letras. Es nuestro, y lo ignoramos, lo hacemos a un lado. Basta, por favor. Paren todos. Respiren, y vean lo que se siente adueñarse del aire y dejarlo libre para que siga su curso. Tomen una flor, y huelan sus colores, o acaricien la mano de un anciano y aprendan de la vida, de lo que se vive y se oculta, y hasta de lo que es nuestro o quisimos que lo fuera. ¿No lo ven? Dejen su cuerpo un rato, ocúltenlo de sus ojos, y verán de qué se trata la vida.

No es malo llorar

No es malo llorar. Es fácil cuando se tienen dos ojos y se aprende a mirar y a sentir con ellos. No, no es malo, es incómodo, tal vez, pero malo no. Puedes llorar y afinar tus lágrimas con el cantar de los pájaros, o llorar solo, para escuchar cómo escurren las horas y se derrite el tiempo entre cada gota que muere con el caer del rostro. O hacerlo caminando, con ese sonreír tan forzado que a veces cargamos en la cara…ahí, en ese momento que se rompe la cordura y creemos que todo se reduce a una cara deforme, que se arruga y se deshace en pequeños gestos diferentes al de un día soleado. Ahí es bueno llorar, cuando se siente, cuando lo lloras y te lloras y lo deseas hasta que se escabulle el aire con su propia dureza. No es malo, de veras. Ni tampoco entre la gente, cuando apretamos el labio y nos declaramos fuertes, ni en misa, ni cuando la película del cine se enmudece, ni en espera de la noche. Nunca es malo, ni en verano ni al asomarse el otoño a los bosques para acabar con todo.
Te devuelve instantes, palabras, miradas. A veces nada, pero te engañas para creer que de algo te sirvió vaciar los ojos esa tarde fría en que te faltó un abrazo, cuando todo pasa, cuando la sangre se relaja y la vida cabe en la sensatez de un jueves de oficina. De pronto llorar parece absurdo; hasta que llegamos a casa, y falta luz en el pasillo, y afuera no hay viento, sólo silencio. Cuando vemos esa silla de la que somos dueños cada noche y tu jardín se marchita con un parpadeo. Cuando la tele se queda quieta y se acristala la pupila. Es ahí cuando es bueno llorar, en el momento preciso y en la dosis exacta. No, no es malo llorar.

Preferiría que me avisaran

Preferiría que me avisaran cuándo vendrá por mí la muerte. Así estaría preparado, y diría algo inteligente, pues no tengo miedo de irme a donde el sol se disfraza de negro y los pájaros ya no cantan. Debe de ser toda una aventura, irte y no regresar, pero seguir vivo. Estar lejos y escuchar cómo te lloran, te rezan, te sueñan. No creo que espere mucho por ella; a veces la veo cuando salgo a comprar leche o a pasear al perro. Pero le he perdido el respeto: hasta la muerte tiene miedo. Miedo de morirse tantas veces, de robar tanto, de quitar, de dar. Con su cara de viva se acerca y te susurra al oído cosas que ni dios entiende. Y nos dejamos, y la escuchamos, y nos morimos. A veces todos, y luego nadie. Cuando venga la muerte me gustaría darle la mano y que fuéramos amigos, tal vez así podría regresar de vez en cuando, por los abrazos que me faltan y la gente que me quiere, para llorar por nadie y ser feliz un rato. Yo la espero, sentado, callado y tranquilo. Ojalá no tarde, y llegue con esa elegancia que mata el caminar, y su vestido de seda negro, suave, perfecto. Espero que alguien me avise: el policía del semáforo, un profesor o hasta mi madre; pero que me avisen con tiempo, para no morirme antes.

Eso me falta

¿Dónde están las manos, los abrazos, el cariño? La mano de un amigo y sus oídos que escuchan y no entienden nada. La almohada que se enfrenta a tus miedos y se abraza a un grito de coraje. Ese cariño que me falta y nunca tuve o ya no tengo; creo que lo perdí cuando dormía, o al despertar en los brazos de la playa. ¿Dónde están?, les digo. Y nadie contesta, sólo escucho a las cosas que callan, y se duermen para evitarme. Mientras yo, solo, cobarde, me duermo, me tomo de la mano y me alegro con un beso de alguien. Es mejor así, sin contarle a los vivos y hablando con ese objeto inanimado que siempre está en tu cuarto: la cama, el televisor, el banco de noche. El que te escucha y sufre en su sordera, pero calla. Y qué bien escucha, y te da la mano que sueñas y la caricia que anhelas.

Ya no estoy

Ni siquiera volteaste a verme, pero pude sentir el ardor de tu mirada. Pude oler el aire que dejaste al pasarme cerca. Lo saboreé y me supo a dolor y nostalgia: tu perfume favorito. Quisiera decírtelo, y no sólo a ti, al mundo. Al cielo que nos mantuvo lejos el uno del otro. Tanto tiempo. Demasiado. Al sol, que se ocultaba sigiloso para dejarme en ese infierno de penumbras del que se adueñaba tu cara. A la noche, eterna, infalible y oscura; sin estrellas ni sonidos extraños. Hubiera deseado gritártelo y recordarte que existo. Pero preferí callar, y volver a guardarlo para hacer con este cariño todo, menos quererte. A mi muerte seguirá la tuya, con los recuerdos del cómo acabaste por volverme tierra, polvo, viento. Con ese incesante caminar en mi cabeza tan falso y perfecto. Tus “te amo” sin sentido. Y tu vacío. ¡Tu terrible vacío! Qué bueno que te escribo desde la tumba, con la humedad del tiempo y la tierra como abrigo.

Aun así

Aun bajo tierra, no te mueras. Aun sin tus hijos, respira. Aun sin tus propios cuentos, ríe. Ríe con el aire que te falta ahí abajo. Sal, visítanos. Sácanos las lágrimas y enséñanos a bien llorar. O mejor aún: condénate a la vida, a los abrazos y a las comidas en familia. Aun bajo tierra, no te mueras. Aun rodeado de flores y los restos de cariño, no te mueras. Esa ya es tierra mala. No te mueras.

Me gustan las estrellas

Me gustan las estrellas. Ellas no juzgan, sólo brillan y brillan. Pareciera que no tienen a quién brillarle, pero un sin fin de miradas tristes las devora cada noche. En el día descansan para ayudar a quién sufre la caída de la luz. Como ellas, como yo. También como el sol cuando desaparece la luna y queda sólo el respiro de las nubes. Otras se cansan de vernos tristes, y explotan en su propia muerte. Pero me gustan las estrellas, y saber que además de brillar, mueren.

Pedazo de noche

Me siento diferente. Hoy sonreí por nada, sabiéndote mi todo. Di vueltas en la cama con esa alegría que provoca la esperanza. ¿Amado? No sé, pero querido. Me dieron las dos, las tres, las cuatro, y seguía soñándome feliz. Al menos hoy, solo y en mi pedazo de noche; abrazando a la almohada y evitando contar borregos. Debes saberlo: llegué a dudar que vería el sol. ¿Para qué?, si de noche me siento tan diferente, tan tuyo y tan vivo.

Preferí quedarme ahi

Preferí quedarme ahí, sentado, uniendo estrellas y viendo cómo mis manos jugaban con la arena. Preferí quedarme ahí, y darle a mis labios la marea. Solo, escuchando la soberbia de la luna. Y no quise moverme, preferí quedarme ahí, de noche, sin aire ni aliento de vida. Preferí todo, menos seguir despierto y creyéndome vivo. Así lo hice, hasta asfixiarme de aire. Y preferí abrazar mi soledad, dormir, y cobijarme con las olas.

Uno de mis miedos

Que quede claro: ¡no te tengo miedo! Hoy eres un extraño, buscando quién lo escuche y lo mutile con chorros de tinta. Ayer eras mi secreto mejor guardado, en cada trazo y en el eco de tus líneas. No te extraño, pero a veces te veo y en un arrebato forzo una letra, pálida y sin vida…y ahí queda, inerte. Puedo ver cómo la absorbes y la tratas con indiferencia. Por eso odio el papel, las letras y su hipócrita convivencia, con esos minutos de amoríos tan falsos y sonrisas que se desbaratan como hebras del llanto. Por eso no escribo, para desearte mañana. Hoy te odio, y te amo.