Preferiría que me avisaran cuándo vendrá por mí la muerte. Así estaría preparado, y diría algo inteligente, pues no tengo miedo de irme a donde el sol se disfraza de negro y los pájaros ya no cantan. Debe de ser toda una aventura, irte y no regresar, pero seguir vivo. Estar lejos y escuchar cómo te lloran, te rezan, te sueñan. No creo que espere mucho por ella; a veces la veo cuando salgo a comprar leche o a pasear al perro. Pero le he perdido el respeto: hasta la muerte tiene miedo. Miedo de morirse tantas veces, de robar tanto, de quitar, de dar. Con su cara de viva se acerca y te susurra al oído cosas que ni dios entiende. Y nos dejamos, y la escuchamos, y nos morimos. A veces todos, y luego nadie. Cuando venga la muerte me gustaría darle la mano y que fuéramos amigos, tal vez así podría regresar de vez en cuando, por los abrazos que me faltan y la gente que me quiere, para llorar por nadie y ser feliz un rato. Yo la espero, sentado, callado y tranquilo. Ojalá no tarde, y llegue con esa elegancia que mata el caminar, y su vestido de seda negro, suave, perfecto. Espero que alguien me avise: el policía del semáforo, un profesor o hasta mi madre; pero que me avisen con tiempo, para no morirme antes. domingo, 29 de junio de 2008
Preferiría que me avisaran
Preferiría que me avisaran cuándo vendrá por mí la muerte. Así estaría preparado, y diría algo inteligente, pues no tengo miedo de irme a donde el sol se disfraza de negro y los pájaros ya no cantan. Debe de ser toda una aventura, irte y no regresar, pero seguir vivo. Estar lejos y escuchar cómo te lloran, te rezan, te sueñan. No creo que espere mucho por ella; a veces la veo cuando salgo a comprar leche o a pasear al perro. Pero le he perdido el respeto: hasta la muerte tiene miedo. Miedo de morirse tantas veces, de robar tanto, de quitar, de dar. Con su cara de viva se acerca y te susurra al oído cosas que ni dios entiende. Y nos dejamos, y la escuchamos, y nos morimos. A veces todos, y luego nadie. Cuando venga la muerte me gustaría darle la mano y que fuéramos amigos, tal vez así podría regresar de vez en cuando, por los abrazos que me faltan y la gente que me quiere, para llorar por nadie y ser feliz un rato. Yo la espero, sentado, callado y tranquilo. Ojalá no tarde, y llegue con esa elegancia que mata el caminar, y su vestido de seda negro, suave, perfecto. Espero que alguien me avise: el policía del semáforo, un profesor o hasta mi madre; pero que me avisen con tiempo, para no morirme antes.
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