domingo, 29 de junio de 2008

Ya no estoy

Ni siquiera volteaste a verme, pero pude sentir el ardor de tu mirada. Pude oler el aire que dejaste al pasarme cerca. Lo saboreé y me supo a dolor y nostalgia: tu perfume favorito. Quisiera decírtelo, y no sólo a ti, al mundo. Al cielo que nos mantuvo lejos el uno del otro. Tanto tiempo. Demasiado. Al sol, que se ocultaba sigiloso para dejarme en ese infierno de penumbras del que se adueñaba tu cara. A la noche, eterna, infalible y oscura; sin estrellas ni sonidos extraños. Hubiera deseado gritártelo y recordarte que existo. Pero preferí callar, y volver a guardarlo para hacer con este cariño todo, menos quererte. A mi muerte seguirá la tuya, con los recuerdos del cómo acabaste por volverme tierra, polvo, viento. Con ese incesante caminar en mi cabeza tan falso y perfecto. Tus “te amo” sin sentido. Y tu vacío. ¡Tu terrible vacío! Qué bueno que te escribo desde la tumba, con la humedad del tiempo y la tierra como abrigo.

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