viernes, 14 de marzo de 2008

Nada

Estoy encerrado. No hay luz, ni sombra. No hay papá, mamá, hermana. El aire de este lugar me marea. Gritar se vuelve silencio con sólo pensarlo. Creo escuchar el ruido de mi cuerpo. Cada respiro y cómo la saliva pasa. Juego a engañarme hasta que me consume el engaño. Las lágrimas rechazan al llanto, y escurren vacías. La soledad me asfixia y una dosis de muerte viene con cada respiro. Penumbra de amor y luz de recuerdo. Se agota el aire y siento cómo resbala la vida. Tranquilo. Aquí no hay nadie, sólo un asesino. Eso, y nada más.

Ajeno

No sé si siempre ha sido invisible o si apenas comienza a parecer una ilusión. El mundo necesita amor. Los niños y los adultos. Todos. Todos, excepto yo. Cuando pueda verlo, creeré en él. Mientras tanto, el amor continuará siendo una utopía, un fantasma y una canción que espera ser cantada. Y lo digo una vez más, creyendo en la palabra: ¿qué es realmente el amor?

Poesía blanca


Ayer en la noche me asomé por la ventana: un paisaje pintado de blanco mantenía mis ojos perdidos en su brillo. Imponente, única y escandalosa. Luna llena. Suficiente para curar los males de toda enfermedad. Dueña de los ánimos y el sufrimiento. Orquesta de luz, quema el negro y se vuelve cielo nocturno. A los ciegos les devuelve el mundo y a los enamorados una caricia blanca. Lagos y mares se arrodillan y lucen tonos impropios en plata. Dueña del firmamento hasta que las estrellas se rebelan en luz de día. Pareciera que podemos tocarla con sólo estirar la mano, dejarnos llevar y llegar a ella. Jugar y reír hasta volvernos su amiga, y conocer los secretos del mundo. Pero cada noche, una luna diferente se adueña del cielo y lo hace suyo. Y de vida no sabe nada, más que brillar y hacer de la luz una poesía.

Una sola vez

Nunca más volverán los 17. Ya fueron y ya no son. El castigo de crecer y verte nuevo: diferente, cambiado, maduro. La evolución y el tiempo: cuchillos afilados de historia, de pasado y de futuro. Viento de cambio, recuerdo atrapado en la edad, y el porvenir en el mañana. Con cada sol, se desgastan las sombras, la edad, el cuerpo, el amor, la vida. Crecemos al caer el sol y viendo al mundo envuelto en opaca neblina de noche. Nostalgia de ver lo ya visto y sentir lo ya sentido. Respirar y exhalar. Una vez más, y otra, y otra. Tan sólo reír, y hacerlo hasta que se acabe la risa. La vida y la muerte recorren juntas el mismo camino, y al final, la vida sigue siendo un instante de flores perfumadas, aliento de un ocaso, brisa fresca de verano. Y hoy, casi 20. Casi…pero vivo.

Eterna vigilia

¿Qué descanso puede tener el domador, si al querer dormir, las letras amenazan con asesinarle? Más al dormir podemos ver más mundos de los que el ojo humano muestra rencoroso, y así empaparnos de vida. No. No daré tregua. Si al escribir muero, será en la batalla. Mientras, tendrán que vivir a los pies de mi pluma.

Mi demonio

Es un virus. ¿Por qué cambia? Pareciera que cada minuto adquiere otra forma, otra esencia. Es una espina, enterrada. Tan adentro, que me duele. Desde que mi cuerpo está aquí, lo que antes era mío, ahora me parece ajeno. Ya no es mío. Me mata, pero ¿de quién es ahora? La vida se trata de cambios, vive de ellos, y no siempre llegan en el mejor momento. Y ¿cuál es el mejor momento? A quién le importa: el que sufre, lo hace solo. Y la soledad es un monstruo, un parásito que nos devora en un descuido. ¿Qué tengo? Esto puede no tener cura. No soy de aquí, ni de allá. Soy del viento, de las mareas, de la sequía y el verdor de mi pueblo. Cuando vuelo lejos de mi cabeza, lejos del calabozo de realidad, me vuelvo un ave… y vuelo. Vuelo hacia el sol, buscando desvanecerme con el fulgor del amarillo. Y al caer la noche, me vuelvo la luna. Bella y tosca de frialdad. Una luna que derrite el mar con sus tonos color plata…y se esfuma al nacer el alba. Después vuelvo a ser yo, y sólo yo. Solo y con mi encierro. Es raro que pueda salir, pero una vez afuera todo parece tan limpio, tan puro. Es un hecho: salir no es fácil. Tal vez soy del mundo. Soy una sombra, soy el rocío de la mañana y también las ventiscas del otoño. Soy todo, menos yo. Putas lágrimas, siguen atoradas, y eso duele. Me hierve la sangre de coraje; sólo quiero caer con ellas y evaporarme. Quiero acostarme con el ocaso y esperar no salir al día siguiente. ¿Cuándo llegué a perderme tanto? No encuentro la salida ni la entrada. Calma, sólo estoy perdido…ya vendrá alguien a rescatarme. ¿Y si no vienen? No me asusta mi propio miedo; no quiero pertenecer, sólo ser. Nadie puede verme, y me pierdo en el mutismo de la inexistencia. Cada vez más fuerte, hasta aturdirme. La incomprensión es un virus: nos necesita para vivir y horrorizados le abrimos la puerta. Rápido, más adentro, hasta que somos uno sólo. Entre pálidos rojos, la luz se vuelve opaca, y muere. Ya cuando la noche se pierde en el exceso de negro, la brisa del mar me recoge. La abrazo tan fuerte que no siento mis brazos. Y me voy con ella. Vuelo al horizonte, sin ver atrás de nuevo, y me pierdo con las olas que juegan a hundir los rayos de un sol en agonía.

Tierra y Muerte

Después de haberte conocido, creo que bien podría estar muerto, pero hace frío, no quiero pensar, y los gusanos siguen hurgando dentro de mí procurando no dejar nada.

El domador de letras

Cuantas veces lo soñó. Escribir siempre fue la salida, pero sólo era posible crear cuando las letras se dejaban engañar por excelsos instantes. Pensando que jamás se fundirían con las hebras del papel, arreciaban contra las hojas velozmente sin saber lo que la mano opresora entretejía, coordinada con una mente turbia de pensares ahogados en el tiempo. Habiéndose casado ya con un rompecabezas salpicado de tinta, pedían el divorcio. Era un cáncer que las desbarataba, las libraba de pertenecer, de ser, de existir. Se evaporaban con la lluvia que corría las manchas escritas. Mientras se alejaban del consciente real, sonreían victoriosas. Llorando soberbia, buscaban la resonancia y olvidaban el tiempo. Deseaban entrar de nuevo en el papiro, cerrar el candado de otra historia. Estúpidas e indefensas, se doblegaban al ver desembocar un río caudaloso de emociones, inundado de experiencias; de lo vivido y lo esperado. Volvían a una dictadura asfixiante. Se alineaban formando palabras. Luego eran frases. Sin pavonearse, la luz se escapaba de su cuerpo como el sol desprecia las playas en los ocasos de otoño; les robaba la vida, la autonomía. Habían perecido. Los dedos empuñaban con dolo, la pluma ensangrentada del deseo más puro del triunfo. Animar las letras en laberintos temporales del cosmos literario: la conquista de escribir nuevamente.

Cómo extraño París


Cómo extraño París. Extraño su clima afinado por los rayos de un sol oculto en la distancia. Sus aromas difusos y perdidos; se mezclan con el olor a vida, y reviven. Extraño sus cafés, tendidos en la acera, bañando de elegancia las calles, y sus sabores, al mundo. Sus plazas, llenas de gente, de vida, de París de antes y de ahora. Aquellas que fueron extrañas y hoy son tan mías. Cada jardín, explotando de verde, de júbilo y grandeza. Con las primeras ventiscas de noviembre, el otoño se cae con sus hojas. Una tras otra caen cobijando la ciudad de los sueños; la tapizan en la gama moribunda del amarillo. Y sigue siendo bella. Perdida entre nubes, y acariciando el Champs de Mars, la torre inspira a su gente y saluda a la tierra. Por las noches, la ciudad se tapiza de destellos. Un dorado resplandor matiza las calles, las avenidas, los puentes, las casas. La luz transforma la ciudad; la petrifica de belleza. Extraño el metro, la música decorando cada túnel, el suave taconeo del caminar de las personas. Con la melodía que emana de su perfección, abro los ojos. Lo hago lento, pensando sólo en mi deseo. Y estoy ahí, de nuevo, esperando que sea para siempre. Imagino el Jardin des Tuileries y me dejo llevar por el viento, alto, muy alto, para ver mi ciudad con los ojos del aire. Tan pronto como la nostalgia se derrama en suspiros, los Champs Elyseés se abren con el arco al fondo. Y camino. Sus enfilados árboles me cuentan los secretos más viejos, y entre susurros, se cierran para revelar el triunfo en piedra. Cada paso, y te extraño más, París. A veces siento que no debí dejarte; cuándo volveré a verte, a tocarte, a vivirte. La duda me aleja más de ti y devora lo que queda en mí de tu esencia. El tiempo siempre interfiere; me gustaría matarlo, olvidar que existe, y así, sólo así, podría beber sin miedo tu dulzura. Algunas voces perdidas en el deleite de tu figura, cuentan que cada puente tuyo tiene una historia. Los más viejos, rechinan de olvido. Los más nuevos, mienten con su elegancia. Pero tu pasado esta ahí, impregnado de vivencias, de derroches de amor en besos y caricias. Las aguas que pintan tus venas de un azul pálido de invierno, recorren palpitantes el Sena. En ocasiones, recuerdo el gemido de tu pasado que se oía con el ir y venir de sus aguas. Pasó más tiempo. Cuando la luz se desbarataba en tonos de agonía, sólo faltaba un día para renunciar a ti. Era irreal. Al dejarte, abandonaba en tu retrato la silueta de mi alma. Cuando te vi por última vez, fue desde la suavidad de tu cielo. Mis lágrimas bañaron al Sena de tristeza. Por instantes, creí ver como su color cambiaba; se opacaba absorbiéndote la vida. Ardor de un llanto vacío. Mi único deseo volvía a perderse en el sinsabor de mi conciencia, a resguardarse en las abstracciones del recuerdo y encadenarse a la pena del olvido. Algún día regresaré, París; tarde o temprano. Espero que sea pronto, porque hoy: cómo te extraño, París.