viernes, 29 de agosto de 2008

Eres

Eres única. Mi máximo, la estrella que el cielo necesita, la flor que renace del invierno, el agua pura del río mas tierno, el perfume limpio que es tu cuerpo. Eres un destello de mis ojos, una rama libre de volverse el infinito, la cascada de derroche con mis besos. A ratos, cuando te veo, y sé que te deseo, que has de ser mía cuando el mar se reencuentre con las nubes del ocaso, tengo de ti todo: tengo tu tiempo que es de ambos, tu iluminado silencio, el tacto que me lleva a tu cabello. Y no necesito más. Me sé completo, vivo, perfecto

martes, 26 de agosto de 2008

No quiero levantarme de la cama hoy

No quiero levantarme de la cama hoy. Mi brazo, mi pecho, mi corazón no quiere. Estoy bien aquí, en la sombra del día, en el aroma de tu cuello. Estoy bien, dormido, despierto, a tu lado. Los dos estamos, ausentes en el sueño, en el mismo mundo, con palabras sin cuerpo. Estamos sin poder estarlo. Nos prohibimos la alegría, y nos hundimos en la noche que se viene afuera. No hay nadie, nada. Tus manos, las mías, el cuarto, el frío. Me duele saber que se acaba, que el día amenaza con abrirte los ojos, que no eres tú la que me abraza. Soy feliz a ratos, cuando tu voz está cerca, cuando compartimos la noche en el teléfono. Y en la distancia que nos hiere, en el hambre de las horas por un beso, te declaro, te grito, que te quiero. Pero aquí adentro, debajo de todo, en las sábanas de tu piel y la mía, no hay barreras ni secretos. En mis ojos y en los tuyos, en la luz de tu cabello, en las pláticas sin tiempo, somos, estamos, nos queremos. Afuera se tiñen colores perdidos. Amanece, en tu vida amanece. Y yo te miro, el pedazo de sueño en que descansas, puro, limpio. No quiero levantarme de la cama hoy; y sin decir más, decido quedarme. Por hoy, por hoy.

Foto: Miguel Ángel Gutierrez Bonilla

Qué se hace

Ni si quiera escribir me salva de la agonía que es no tenerte. Ya sé, que ayer me dijiste que volara con el sueño de las hojas, al infinito, a donde empieza la locura. Qué se hace, corazón, cuando soy yo el que se niega a dejarte, cuando eres tú la mano que sana mis heridas, cuando nos desconocemos en los ojos. Qué se hace para callar tus labios y morderme la lengua que amenaza con quererte, o con el estorbo del día que cancela mis noches tristes. Qué hago con la línea de mis dedos, y con el aire que aprieta gritos en tu vientre. Qué se hace cuando nadie ayuda, ni sabe, dice nada. Y cuando duermes, y cierras la puerta de tu mundo, o con la lluvia de tus ojos que inunda mis párpados vacíos. Qué hace uno para ayudarse, cuando el futuro sabe a humo y el pasado es un mal sueño, cuando los días caminan lento y el olor de tu desprecio asfixia nuestro encuentro; cuando se es libre de querer al aire, de dormir hasta morirse. Qué se hace, corazón mío, cuando sabe uno que el presente duele, que mañana no habrá nada, que la soledad nos alcanza. ¿Qué se hace, mas que amarnos?

Nos acabamos

Se acabó el efecto de tu sueño, del mundo perfecto, de los suspiros sin tiempo. Se acabó mi todo, mi única razón, mis ganas de saberlo. Se acabó tu vida y la mía, el futuro a salvo, el delirio de las horas. Dejé la pluma en tus palabras, en la hebra de mis miedos, durmiendo en tu veneno. Se acabaron las cartas que te hablaban de repente, las películas de dos, las llamadas a tu tacto. Se acabó la urgencia de tenernos, de anidar en tu cuerpo, de hablarle al roce de tus labios. Se acabó el mar de tu recuerdo, el naufragio sin tus besos, la locura del encuentro. El odio de querernos, cueva de mentiras, falsa hipocresía. Se acabó tu figura en el agua, tu sueño en mi nostalgia. Te acabaste en el otoño, con la excusa de dejarme, de volverte estatua del invierno. Me acabé contigo, en la muerte del destino, con las últimas notas, en la hipnosis de la luna. Nos acabamos amor, cuando la eternidad se vuelve piedra y te extraño en el aliento del mañana. Todos los días, a todas horas, nos acabamos, sin saber que nos tenemos.

Se puede entender

El viento de la noche es de absoluta confianza. La gente le cuenta sus secretos, le llora su tristeza. El viento silba en espera del habla, se entrega sin miedo, seguro del tiempo, de lo que sabe, de lo que ocultan las gotas de agua. Se amarra a la lluvia, paseando los suelos, volando el otoño. Sale en besos que da la boca, desnuda la piel dormida; se va con la arena, meciendo las olas, jugando en las nubes. Se va el viento, en delicadas frases, con el cielo de enero, en los ojos de nadie. Todos los días, en la hierba del campo, con la miel de los años, lo dice, lo calla. Se cuela por debajo del alma, en las manos del hombre, con la vida contada. Regresa en las noches, cuando nadie escucha, abriendo ventanas, peleando los sueños. Y en la vida del otro, en los minutos ajenos, cuando el sol se encuentra, uno debe escuchar atento, bien despierto; sólo así se puede entender lo que estamos viviendo.