viernes, 26 de septiembre de 2008

Lejos

Nadie hizo mi cama esta mañana. Mi ropa está en el suelo, el frío en su lugar, la luz abandonada, el tiempo en sus instantes. Nadie me llamó a desayunar. La cocina, sola, terriblemente sola, dolía. El silencio perfecto, los sonidos enteros. ¿Qué quieres desayunar?; mis ganas resistían el hambre de tristeza. La distancia de sus risas, el encuentro inesperado, el recuento del día, la comida a media tarde, el deleite de tenernos. Saber que estoy y estamos, a ratos, en palabras y gestos, en los meses tranquilos, cuando estamos los cuatro. Se trata de extrañarlos, de amaestrar el temblor de la mirada, de saborear un par de lágrimas y viajar hasta sus brazos. Cada mañana, entre luces miedosas, despierto, tendido en mí, sabiéndome lejos. No es fácil. Pero afuera, el día despierta, y comienza a caminar sin ayuda de nadie.



Fuimos algo

No fui un mal sueño. Fui alguien en tu sombra, en el aire de tu boca, en la alegría de tus ojos. Fui quien debía ser, en los días que quise, cuando el sol no hablaba y la noche era nuestra. Fui un beso de urgencia al tacto, un parpadeo de luz en la pupila, un escombro de cariño. Fui la risa de tu vientre, el color de tu presencia, la marea de nuestros besos. Fuiste quien quisiste, sin promesas ni palabras huecas. Cada día, el romance de mi esencia, la razón de mis motivos, la llave de la mutua entrega. Fui un valiente por tenerte, por darte a beber de mis ideas, por calmar tu risa en mi tristeza. Fuimos eso que la vida tiene, que la vida esconde, y que pocos saben; eso que la gente busca, llama y teme. Fuimos eso a lo que muchos llaman: amor.

Estoy seguro


Estoy seguro que puedo escribir esta noche. Algo en mí se mueve en forma de alfabeto. La primera, segunda y tercera letra forman ya un sentimiento. Es curioso, como las palabras se casan en la línea del tiempo. Y se quedan solas, se van quedando, entre las hojas del olvido. Un día que no conozco, brincan al aire que es la vida, y en la luz que sale de los ojos empiezan a leerse unas a otras. Lo dicen todo, a los oídos que andan en las calles. Nadie entiende: siguen, hablan, gritan. Nadie entiende.

En este mundo de noches, letras y papel, ¿quién es el autor de su propia vida?


Sin presiones

Sin presiones, ni prisas, se quiere, se ama. Sinceramente, en la memoria interna que mata y desgarra, con el tiempo del tiempo, infinito y eterno, se ama. En las horas de abstinencia y soledad, se quiere, se desea. Con el corazón frío, triste, se desprecia. En la mañana, con el rocío que alborota las plantas, se sufre, se calla. Se es hombre, mujer y niño, cuando tener corazón es un castigo y al rato son risas ocultas que se vuelven besos. Sin fuerza, la mano libre que señala a la mirada ausente, que no sabe, que no vive. Los dos se quieren, perdidos en mares de ignorancia. Pero se cansan, y al final del día, cuando nadie mira, cuando el llanto pasa, se ven, se abrazan. Se alejan con la magia del cariño falso, hundido. Corren a escondidas de los ojos del mundo, al rincón de la amargura que arrebata todo. Los va secando, secando. Y de pronto, cuando el ruido es aire y la vida es todo, se detiene el tiempo, y se miran, y callan. Se dan cuenta que ya se han dicho todo.

Si te falta el habla

Si te falta el habla, aprovecha. Dilo todo. Saca el miedo, las ganas de saberlo. Saca todo, dilo. Porque mañana serás otro, con un día más encima. Y sabrás que no sabes nada, cuando veas a la luna que no te habla y las mareas en calma. Y cuando puedas hablar de nuevo, seguro de tu vida, de la gente que te mira, sonríele a tus ojos y al aire que respiras: Hoy ya es mañana, y así se pasa la vida.

Desvalido

Qué voy a hacer contigo, desvalido corazón mío. Los lunes pasa el señor de la basura. Se lleva todo, hasta a si mismo. Los viernes, mi cuerpo cansado, alcoholizado de tus besos, libera el temblor de la semana que se acumula y empieza maravillas. No puedo tirarte, ni hacer de mi memoria un derrumbe de recuerdos. A veces necesito de ti todo, del latido de tus manos en mi pecho, de los colores que dibuja tu mirada. Podrías quedarte aquí los martes, cuando nada pasa, y el dolor descansa. Vete el miércoles, cuando los monstruos se asoman y el tirano es mi propia vida. Podrías regresar un domingo como hoy, y volverte mi mano suelta, que escribe en tu deseo de liberarme. Y en la condena de las semanas, al hablarle a mis manos de las tuyas, con los días contando mis latidos, en las horas que me espera la muerte, vuelvo en mi tristeza a entender porqué estoy vivo.

Me doy cuenta


Es bonito darse cuenta, a veces, al abrir los ojos, en las mañanas de lluvia, con el cielo quebrado, que la vida, la vida que es sólo una, es delicada, suave, y hermosa.

Es la hora del día

Me falta la luna para esperar el día. Quiero el blanco en mis ojos, dulce leche, amante y nieve. Quiero a la luna en mi almohada, sin presiones, con sueños eternos, el corazón cansado. Con la luna en la boca, la sonrisa en penumbra y dolores amables, la noche se acorta. Se va armando el día, con el pelaje de la llanura y la piel de las montañas. Poco a poco, en la cara de la noche, el brillo aparece cegando miradas. Se acerca el sol, callando las sombras, creciendo en la hierba. Se sale del cielo, abandona las nubes, la casa del tiempo. Se esfuman las aves nocturnas, volando a horizontes de fulgores y destellos. Mira el cielo. El cielo que es eterno, y suave y perfecto. Es el sol el que te abre los ojos, invitándote a la vida, cantando melodías al alma dormida. Despierta. Es la hora del día, la única.

Hay horas

Hay horas en que uno lo sabe todo. Es tan simple, tan insoportable: la carne, el miedo del rostro, el rincón de la cordura. No necesito nada, nadie. Ni el calor del aire, ni la mano de alguien, ni el secreto oculto de las flores. Sé que lo sabes, que lo sé, que ambos sabemos. Lo vi ayer, en el sueño de tus ojos; lo vi hoy, en el tiempo que te tuve; y mañana, en el día que nos tengamos. No quiero saberlo, es cierto. Quedan muchas horas, días, lunas, soles, para darme cuenta, para abrirme los ojos. ¿Pero qué pasa, amor, cuando en tus ojos y en los míos no hay nada, ni una brizna de vacío, ni una excusa de querernos?

sábado, 20 de septiembre de 2008

Me estoy volviendo loco

Me estoy volviendo loco. Algo, no sé, lo sé. A media luz, entre la gente, en los camiones. Cuando río y ríe mi presente, entre nubes rojas, con la tarde al borde de la muerte. A solas, en la esquina olvidada de mi cuarto, perdido, entregado a las notas del aire. Me duele, me encanta. Es un loco, un ángel. En mí, en la mano que te escribe, soy un loco. En perderte y no buscarte, en mis noches, en tus manos de aire. Soy otro, en cuerpos que no entiendo, en las ventanas que te miran. El recuerdo, las paredes que se cierran, la asfixia que se viene con la vida. Loco cuando me veo, en la marea de mis días, al hablarme, decirme, llorando. Todo, todo el tiempo, loco, desquiciado: dispuesto a vivir lo que me queda.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

A las diez

El teléfono suena a las diez cada noche. No engaño a nadie. Siempre, del otro lado, tu voz, tu voz que pareciera cierta, me pide palabras que ya no tengo. Es extraño, ¿sabes? Cada minuto, cuando las sombras del día se arrastran y el aire se lleva todo, lo espero, el timbre, la llamada al mundo que hacemos en la distancia. Dormido, a medio sueño, con los ojos al fuego, te espero y te encuentro: tu mano en mi cuello, tu aroma en mis besos. En silencio, tu piel que acude a la mía, cuando nada importa y la tierra, las flores, el cielo, nos miran y callan. Cada día, a todas horas, me enfrento a todo, al no saber, a no ser nadie. Un fantasma de aire, de estrellas fugaces, muriendo en las horas, en cuerpos de nadie. Sin cuerpo, perdido, acabado. Quiero oírte, entrar en tus ojos, dormirme en tu sueño. Quiero tomar el teléfono esta noche, y lentamente, entre labios, decirte que no sé nada, que el universo es nuestro. Mañana estaré esperando en la cama, a las diez, creyendo otra vez en todo.