domingo, 29 de junio de 2008

Dame tiempo

Bienvenida. Esta es tu casa. ¿Ves la sangre? Es de mi cuerpo. De mis manos, de mis noches de infierno. Es mi cuerpo, frágil, ausente. Derrumbado en la asfixia y en tus brazos que no me tienen. Pero aún vive, cuando se acerca tu aroma y envenena el suelo. Podrías levantarlo. Toma mi cabeza y acaricia mi cabello un rato. Hazle ese jugueteo en círculos que me dormía hasta despertar cansado. Palabras ocultas, libres en sueños. Bocas necias, apagadas en los labios, inventando pretextos, endulzando miradas. Atados a una vida simple, con sus noches y las tardes tristes, con hojas caídas, el cielo apretado, con tu mano y la mía, la calle, la gente. Siempre lo decías, sin ánimos de cariño. Dulcemente, sin sobresaltos, hasta que la ciudad enmudecía y sus secretos hablaban. Voz temblorosa en la mentira, que juraba todo, que prometía. Prometo levantarme, dejar el suelo, caminar los parques donde la gente falta, con la hierba que crece y oculta a los pájaros dormidos. Pero necesito descansar, tomar agua, comer. Dame tiempo, y verás que me levanto.

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