
domingo, 29 de junio de 2008
Cuando no hay nadie

Dame tiempo

Casi amanece

Es todo

Lo ignoramos

¡Y qué miedo sentía de no poder tocarme el corazón y saber que vivía! ¿A dónde corremos? ¿A dónde vamos siempre con tanta prisa, sin fijarnos que nuestros pies no caminan? Ignoramos el vaivén de la luz atorada en un árbol viejo, o los ladridos de un perro, el pasto que duerme, la fuente que espera. Es ese algo que todos creen que no tenemos, cuando caemos en la cascada de colores que desperdicia la tarde, o nos sentamos a leer un libro y a platicar con las letras. Es nuestro, y lo ignoramos, lo hacemos a un lado. Basta, por favor. Paren todos. Respiren, y vean lo que se siente adueñarse del aire y dejarlo libre para que siga su curso. Tomen una flor, y huelan sus colores, o acaricien la mano de un anciano y aprendan de la vida, de lo que se vive y se oculta, y hasta de lo que es nuestro o quisimos que lo fuera. ¿No lo ven? Dejen su cuerpo un rato, ocúltenlo de sus ojos, y verán de qué se trata la vida.
No es malo llorar

Te devuelve instantes, palabras, miradas. A veces nada, pero te engañas para creer que de algo te sirvió vaciar los ojos esa tarde fría en que te faltó un abrazo, cuando todo pasa, cuando la sangre se relaja y la vida cabe en la sensatez de un jueves de oficina. De pronto llorar parece absurdo; hasta que llegamos a casa, y falta luz en el pasillo, y afuera no hay viento, sólo silencio. Cuando vemos esa silla de la que somos dueños cada noche y tu jardín se marchita con un parpadeo. Cuando la tele se queda quieta y se acristala la pupila. Es ahí cuando es bueno llorar, en el momento preciso y en la dosis exacta. No, no es malo llorar.
Preferiría que me avisaran

Eso me falta

Ya no estoy

Aun así

Me gustan las estrellas

Pedazo de noche

Preferí quedarme ahi

Uno de mis miedos

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