viernes, 14 de marzo de 2008

Cómo extraño París


Cómo extraño París. Extraño su clima afinado por los rayos de un sol oculto en la distancia. Sus aromas difusos y perdidos; se mezclan con el olor a vida, y reviven. Extraño sus cafés, tendidos en la acera, bañando de elegancia las calles, y sus sabores, al mundo. Sus plazas, llenas de gente, de vida, de París de antes y de ahora. Aquellas que fueron extrañas y hoy son tan mías. Cada jardín, explotando de verde, de júbilo y grandeza. Con las primeras ventiscas de noviembre, el otoño se cae con sus hojas. Una tras otra caen cobijando la ciudad de los sueños; la tapizan en la gama moribunda del amarillo. Y sigue siendo bella. Perdida entre nubes, y acariciando el Champs de Mars, la torre inspira a su gente y saluda a la tierra. Por las noches, la ciudad se tapiza de destellos. Un dorado resplandor matiza las calles, las avenidas, los puentes, las casas. La luz transforma la ciudad; la petrifica de belleza. Extraño el metro, la música decorando cada túnel, el suave taconeo del caminar de las personas. Con la melodía que emana de su perfección, abro los ojos. Lo hago lento, pensando sólo en mi deseo. Y estoy ahí, de nuevo, esperando que sea para siempre. Imagino el Jardin des Tuileries y me dejo llevar por el viento, alto, muy alto, para ver mi ciudad con los ojos del aire. Tan pronto como la nostalgia se derrama en suspiros, los Champs Elyseés se abren con el arco al fondo. Y camino. Sus enfilados árboles me cuentan los secretos más viejos, y entre susurros, se cierran para revelar el triunfo en piedra. Cada paso, y te extraño más, París. A veces siento que no debí dejarte; cuándo volveré a verte, a tocarte, a vivirte. La duda me aleja más de ti y devora lo que queda en mí de tu esencia. El tiempo siempre interfiere; me gustaría matarlo, olvidar que existe, y así, sólo así, podría beber sin miedo tu dulzura. Algunas voces perdidas en el deleite de tu figura, cuentan que cada puente tuyo tiene una historia. Los más viejos, rechinan de olvido. Los más nuevos, mienten con su elegancia. Pero tu pasado esta ahí, impregnado de vivencias, de derroches de amor en besos y caricias. Las aguas que pintan tus venas de un azul pálido de invierno, recorren palpitantes el Sena. En ocasiones, recuerdo el gemido de tu pasado que se oía con el ir y venir de sus aguas. Pasó más tiempo. Cuando la luz se desbarataba en tonos de agonía, sólo faltaba un día para renunciar a ti. Era irreal. Al dejarte, abandonaba en tu retrato la silueta de mi alma. Cuando te vi por última vez, fue desde la suavidad de tu cielo. Mis lágrimas bañaron al Sena de tristeza. Por instantes, creí ver como su color cambiaba; se opacaba absorbiéndote la vida. Ardor de un llanto vacío. Mi único deseo volvía a perderse en el sinsabor de mi conciencia, a resguardarse en las abstracciones del recuerdo y encadenarse a la pena del olvido. Algún día regresaré, París; tarde o temprano. Espero que sea pronto, porque hoy: cómo te extraño, París.

1 comentario:

Anónimo dijo...

creo q solo las personas q podemos entender ese sentimiento de dejaar esa ciudad donde pasaste y viviste tantos momentos q nunca vas a borrar de tu memoria podemos entender el sentimiento y el sentido de este relatooO!