miércoles, 10 de septiembre de 2008

A las diez

El teléfono suena a las diez cada noche. No engaño a nadie. Siempre, del otro lado, tu voz, tu voz que pareciera cierta, me pide palabras que ya no tengo. Es extraño, ¿sabes? Cada minuto, cuando las sombras del día se arrastran y el aire se lleva todo, lo espero, el timbre, la llamada al mundo que hacemos en la distancia. Dormido, a medio sueño, con los ojos al fuego, te espero y te encuentro: tu mano en mi cuello, tu aroma en mis besos. En silencio, tu piel que acude a la mía, cuando nada importa y la tierra, las flores, el cielo, nos miran y callan. Cada día, a todas horas, me enfrento a todo, al no saber, a no ser nadie. Un fantasma de aire, de estrellas fugaces, muriendo en las horas, en cuerpos de nadie. Sin cuerpo, perdido, acabado. Quiero oírte, entrar en tus ojos, dormirme en tu sueño. Quiero tomar el teléfono esta noche, y lentamente, entre labios, decirte que no sé nada, que el universo es nuestro. Mañana estaré esperando en la cama, a las diez, creyendo otra vez en todo.

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