
Es malo hacer monstruos en la cabeza. Basta con una mecha tibia de problemas. Todo se enciende, como la luz del mediodía. El monstruo devora tu vientre y te convence del terror que inventas. La cura, su mejor aliada, te sonríe en la esquina de tu improvisado deseo de sentirte libre. Túnel de espanto, lento, grito amordazado; se escucha la marcha del llanto. Y el monstruo, cansado, perdido, se vuelve agua, tiempo, olvido. Y todo tú te vuelves en ti. No sabes, no sientes. Eres, eres algo. Y en el aire quieto, la luz se enciende, y todo acaba.
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