jueves, 17 de abril de 2008

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Remolinos de cotidianeidad, absurdos como ese girar cíclico que los lleva de aquí para allá, para regresar al mismo lugar de donde alguna vez se vieron nacer. Ese estar perdido se vuelve tristeza para el alma y adormece el corazón, se convierte en ti para acabarte más rápido. Es como estar varado en un mar ávido en tormenta, con lluvia fría y desgarrante en su caer. Gotas frías y cobardes que destruyen tu mundo y extinguen las ilusiones; una lluvia muda y desganada, cayendo sólo por caer, por mojar y ensombrecer el paisaje de una vida sin cuerpo. Esperas un amanecer que sigue atrapado en la noche y anhelas un camino que puedas andar sin tropiezos, a ciegas. Los días pasan uno tras otro sin nada nuevo; el mismo viento, las mismas caras: todo es igual, pero diferente a ti. Lo de antes se volvió tu presente y ser feliz es una broma de mal gusto. Juegas en un tablero de ajedrez en el que siempre estás y estarás en jaque, cuadrado y sin salida. Blanco o negro, no hay más. Pero la vida esconde más colores, muchos más, se acomodan en el inmenso tablero de los sueños. Puedes escogerlos y pintarle a tu vida el matiz de tus humores, siempre con cuidado, sin salirte de la raya. Es un cuaderno que no se puede borrar ni cambiar por otro. Es uno solo, y está en blanco para ti, para él y para ella también. Cuando lo cierres, asegúrate de hacerlo despacio para no despertar a colores viejos y esclavos de mil historias. Ese no saber quién eres ni a dónde vas, irá apareciendo poco a poco, sólo hay que darle vuelta a la página hasta terminar el libro.


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